
Entre tantos estímulos tecnológicos, la creatividad de un porcentaje de los jóvenes se ha visto eclipsada. A un mundo rodeado de pantallas, hay que sumarle el método de estudio al que el sistema educativo somete a sus estudiantes: memorizar y expulsar información que no será recordada dos días posterior al examen. También, el modelo de consumo de la cultura ha cambiado drásticamente debido a la globalización: la inmediatez ha provocado que las personas consumamos más contenido de menor duración y, aunque no siempre vaya acorde, de menor calidad.
El ejemplo de TikTok es el más plausible, puesto que la aplicación consiste en la publicación de videos de corta duración y seguidos, para que el espectador no levante la cabeza de su smartphone y, sin darse cuenta, haya transcurrido gran cantidad de tiempo. En cuanto a la música, son pocos los artistas que se atreven a sacar un EP al año por el miedo a ser olvidados por la audiencia, en cambio, son muchos los que aquellos lanzan cada mes un single con videoclip.
Sin embargo, las redes sociales también han potenciado la creatividad de aquellos que ya anteriormente la atesoraban, además de poder hacer llegar sus obras a más personas. Al fin y al cabo, es un arma de doble filo que, depende de cómo y quién la use, puede ser beneficiosa o ahondar aún más el problema
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