Pablo González (Moscú), periodista experto en Europa Central y del Este, vuelve a España tras cubrir, en primera línea, los conflictos bélicos que se producen en Ucrania y en Nagorno Karabaj, entre Armenia y Azerbaiyán. Con más de 10 años de experiencia, colabora en varios medios como Naiz, Público y la Agencia EFE. En los grados de periodismo de las universidades de España se trata poco -o nada- la labor del corresponsal y del reportero de conflictos bélicos, tal vez propiciado por la tendencia de los medios en recortar a estos de sus plantillas. Sin ir más lejos, en Afganistán, cuando los talibanes toman el poder en agosto, no había un solo periodista español. Y, en un mundo globalizado, lo que suceda en la otra parte del mundo, también te puede afectar a ti.

¿Qué sentiste la primera vez que aterrizaste en Kosovo?
Miedo y pánico (ríe). Miedo por lo desconocido, por si vas a hacer el ridículo y nadie te va a tomar en serio. Ese primer viaje a Kosovo fue como una prueba de fuego que me sirvió a mí para ver si valía o no. El hacer contactos, entrevistarme con miembros del gobierno e, incluso, con ex guerrilleros, me hizo ver que no era imposible.
Las imágenes que nos llegan a través de los telediarios sobre las guerras suelen ser duras, ¿son realmente necesarias?
Yo, tal y como está el mundo, soy partidario de quitar toda censura, aunque pienso que no todas las imágenes son válidas. Sí que es verdad que, si la gente no ve sangre, no gore, no reacciona. Creo que, si hay que enseñar, pero la línea es tan fina que me es difícil hablar. Hay que acostumbrar a la gente a una realidad un poco más dura. Debería haber menos imágenes sexuales y drogas, por ejemplo, en la televisión pública y más contenido que puedan repercutir en la vida real o en el voto de las personas.
Cuando estás con la cámara y cubres esas imágenes doloras, ¿sientes que ya ayudas mediante tu trabajo o vas a asistir a la víctima directamente?
Depende… yo, depende de la situación. Por un lado, ayudaría y lo he hecho, porque ninguna imagen vale más que una vida, pero hay imágenes que pueden salvar muchas vidas. Yo no he tenido muchos casos de esto porque no he filmado campos de concentración, ni lugares como Somalia, etc. Me acuerdo de una historia que contaba un fotógrafo que dejó la cámara para ayudar a unos heridos entre muchos cadáveres en un tren en Ruanda. En ese momento, había un equipo de un medio de comunicación importante que le gritó que se quitase del medio, gracias a hacer públicas esas fotos consiguieron parar el conflicto. Esos tipos no salvaron en el momento a dos, tres personas, pero con su cinismo e hipocresía, por así decirlo, salvaron a miles. No somos una ONG, nuestra labor es informar y que nuestra información llegue.
¿Cómo te preparas psicológicamente?
Yo creo que no te puedes preparar. Yo, al principio de la carrera de periodista, por consejo de unos compañeros, hice un curso de supervivencia en ambiente hostil. Antes, la Armada Española hacía jornadas para periodistas. Se sabe si vales en el conflicto armado hasta que vas ahí, depende mucho de ti, cada persona lo vive diferente. Yo no recomendaría a la gente ir a ver cómo sufre y muere la gente, entiendo que todo el mundo tiene que empezar, pero debe ser paso a paso, de lo contrario es una estupidez.
¿Cuándo vuelves a Bilbao, después de cubrir estos conflictos, sientes mucho cambio en tu mentalidad?
Bueno… no. Casa es casa, tus amigos son tus amigos. Ellos no tienen culpa de lo que pasa en esos países y tampoco tienen por qué estar interesados. También, te das cuenta de que la gente habla de guerras sin tener ni idea, pero pasa una semana y vuelves a centrarte en tus cosas.
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